Un atardecer sereno en tonalidades violáceas. Una ola salvaje siendo conquistada por una tabla de surf. Comer un ceviche o helado de plátano con la imponente Sierra Madre Occidental de fondo. Cualquiera de estas postales confirma que, “en el mar, la vida es más sabrosa”. Estas imágenes son apenas algunas de las miles de piezas del rompecabezas que significa explorar Riviera Nayarit, en Bahía de Banderas, al sur del estado.
Es un compendio de aproximadamente 307 kilómetros de costa que resguarda más de una veintena de microdestinos paradisíacos iniciando la ruta de sur a norte, desde Nuevo Vallarta a San Blas.
Después de aterrizar en el aeropuerto de Puerto Vallarta (el más cercano) y conducir 18 kilómetros, llego a la primera parada: Nuevo Vallarta, el sitio ideal para aplacar el hambre en un restaurante que está en “boca” de todos.
Es Loma 42 Bahía, comandado por el chef Jesús Vázquez, quien hace magia con ingredientes de la región y con los de su propio huerto, como los camarones de estero y los plátanos machos. Él sabe que el trayecto me ha abierto el apetito, así que me recibe con un aguachile rojo de atún fresco, pescado esta mañana en La Cruz de Huanacaxtle, otro de los destinos turísticos de la Riviera Nayarit.
Atraco el platillo y me reservo unos minutos para ver la decoración: ladrillos y cerámicas cubren paredes y pisos; las mesas de madera, asientos de piel, la barra con espejos y la cocina abierta al fondo complementan el cuadro.
Mi festín gastronómico continúa sumando otros platillos insignia: camarones a la cucaracha (fritos con todo y cáscara), robalo con pesto de quelites y, para cerrar como se debe, un postre de plátano en diferentes texturas: puré, helado, pan y frito con sal.
A escasos 20 minutos de Nuevo Vallarta, encuentro uno de los pueblos más pintorescos del corredor turístico de Riviera Nayarit: Bucerías. La mejor manera que encuentro para recorrerlo es rentando una bicicleta.
Dominando pedales y manubrio voy descubriendo callecitas empedradas con puestos de artesanías, vendimia de tostadas de camarón y pescado, y bares con turistas de todo tipo: parejas, familias y mochileros que han sido conquistados por esta atmósfera que yo describiría como gitana.
También hay muchas boutiques y galerías, como Jean Marie. Su joyería de plata y cojines bordados e inspirados en la cultura huichol son un agasajo para mi vista y, ¿por qué no?, hasta para mi bolsillo.
Con souvenirs en la mano, subo de nuevo a mi bicicleta y continúo por la calle Galeana, hasta topar donde todo mundo quiere estar: la playa de Bucerías, considerada la más grande de toda la Bahía de Banderas —ocho kilómetros— y donde su oleaje sereno permite sentirse en una alberca natural.
El asfalto se convierte en una alfombra de arena doradita. Bajo las enramadas y palapas se preparan clamatos y se prestan petates para tumbarte a tomar el sol o ver el atardecer.
Bajo un sombrero al estilo del Zorro, resalta el rostro de quien se ha convertido en un embajador de la gastronomía nayarita, principalmente en el área de mixología. Su coctelería evolutiva brilló en la ceremonia de premiación de la edición The World’s 50 Best Restaurants 2015 en Londres y en MasterChef 2020.
¿Cómo sé esto de Israel Díaz? Muy fácil: es lo que me cuenta mientras prepara un coctel “Sangre Cora” (infusión de jamaica con vino tinto, jugo de limón y mezcal), tras la barra de Alquimista Cocktail Room, su bar ubicado en Plaza 1480, Nuevo Vallarta.
Esta es una parada obligada si uno quiere disfrutar un trago personalizado. Si bien están los clásicos, es mejor dejarse llevar, y que “el alquimista” haga lo propio con sus infusiones, jarabes y aguas tónicas hechas en casa.
Para complementar la velada, pruebo los tuetanitos a las brasas y el chicharrón de pescado, también preparados por el mixólogo. Su formación académica como chef ha dado como resultado un menú de altura.
Otro secreto: en Alquimista hay cocteles para reforzar nuestras defensas. Uno de ellos es Penicillin, con miel, jengibre, limón y un “piquetito” de alcohol. Asimismo, se utiliza agua tónica con quinina, conocida años atrás por combatir la malaria y la fiebre amarilla. Ahora retomó su auge ‘contra el Covid-19’.
Mi hotel es Iberostar Playa Mita, dentro de Litibú, en Punta de Mita, un desarrollo de lujo con playas semivírgenes, campos de golf, residencias y hoteles de alta categoría.
Para reponerme de la noche anterior, elijo pasar la mañana en su spa. Su circuito de sauna, vapor y albercas frías son la antesala para relajar mis músculos y prepararme para un masaje relajante que, en tres horas, me deja lista para salir y conocer San Pancho.
Solo media hora de distancia basta para llegar a este pueblito famoso por sus olas salvajes y atmósfera hippie. Pero lo mejor está en el extremo sur, donde encuentro la paz que necesito y el distanciamiento social que nos marca la nueva normalidad.
Entre palmeras y una playa casi vacía, está la palapa gigante de La Patrona Tierra Tropical, un club de playa exclusivo —visitado frecuentemente por las Kardashian— que ofrece day pass para hacer uso de su alberca de borde infinito, restaurante y vestidores.
Hay días que no deberían terminar y éste es uno de ellos. Entro y salgo del mar sin prisa. Hago una caminata para contemplar riscos que se ciernen detrás de la arena y, antes del atardecer, veo el retorno de cientos de aves hacia la cercana laguna de San Pancho.