
Un paraíso poblado de demonios
Por Francisco Sanmiguel
En los últimos diez meses Puerto Vallarta ha venido mostrando, con una claridad que hiela, la distancia entre el discurso cultural y la práctica real. La llegada de un nuevo gobierno municipal prometía aire fresco; la realidad ha sido otra. El arquitecto Luis Ernesto Munguía asumió la presidencia municipal con un discurso de renovación y esperanza, pero la gestión cultural —esa que debería ser palanca para la ciudadanía creativa— ha quedado atrapada en viejas dinámicas de amiguismos y ocurrencias.
No es paranoia: es observación diaria. He visto cómo los espacios y programas que deberían abrirse a la pluralidad y al trabajo colectivo han ido derivando en ceremonias para la foto, en reconocimientos que confunden popularidad con mérito, y en concesiones de cargos que parecen más recompensas que decisiones estratégicas. El fallo —si lo hay que nombrarlo así— ha sido creer que la cultura se administra desde las oficinas, y no desde la vida de los creadores, los talleres y las plazas.
La reciente ‘renuncia’ de Guadalupe “Lupita” Basulto a la dirección del Instituto Vallartense de Cultura es la consecuencia visible de ese desajuste. Su salida no solo es un movimiento administrativo: es la señal de una dirección cultural que no encontró ruta, o que fue incapaz de tejer puentes con la comunidad artística. La Junta de Gobierno del instituto y los cambios que allí suceden deben entenderse a la luz de lo que se ha hecho —y de lo que no— en el terreno cultural.
Si alguien pretende blanquear inoperancia con “florilegios” y discursos pomposos, se engaña. He escuchado los piropos oficiales a quienes, sin historia de trabajo cultural en la ciudad, aparecen en acto tras acto como si hubieran sido gestores de por vida. No es casualidad que la Oficina de Proyectos Culturales (OPC), un espacio independiente que ha trabajado con exposiciones y proyectos en la ciudad, sea ahora objeto de lecturas simplistas: confundir colaboración con clientelismo es una tentación recurrente. La OPC existe para abrir diálogos —no para ser reempacado como club sectario— y su trabajo ha demostrado otra cosa.

Y mientras tanto, desde las sesiones solemnes del Ayuntamiento llegan decisiones que ofenden al sentido común del gremio: premios, reconocimientos y “contentillos” que parecen más destinados a contentar guardaespaldas políticos que a reconocer trayectorias artísticas auténticas. La controversia que rodeó la entrega de un premio al que algunos artistas consideran inmerecido —y las voces que pidieron anular tal distinción— no es una disputa menor; es el síntoma de un procedimiento opaco que erosiona confianza. ¿Qué mensaje manda esto a la comunidad creativa local? ¿Que la militancia es más valorada que la práctica artística?
No sirve, además, presentar a la Universidad de Guadalajara como garantía automática de buenas prácticas culturales. La relación universidad-instituto puede ser valiosa si existe compromiso real con la escena local; si no, se convierte en una apropiación institucional que excluye a quienes hacen la calle, los talleres y los mercados. He visto promesas incumplidas, mesas que no dialogan con la base y alianzas que terminan reproduciendo las mismas redes de siempre.
¿Es Luis Munguía culpable por entero? No. Tiene dos años por delante para reivindicarse —como alcalde y, si quiere, como protector del paisaje cultural de la ciudad—. Pero la sensibilidad hacia el arte no se demuestra con gestos aislados ni con premios mal otorgados: se demuestra convocando a la pluralidad, abriendo procesos transparentes, asignando recursos con criterios claros y, sobre todo, respetando a los hacedores locales. La arquitectura, como oficio, suele convivir con el arte; la política cultural requiere esa sensibilidad y mucho rigor.
Que quede claro: ser crítico no es ser destructivo. Es exigir seriedad. Puerto Vallarta no necesita más cortes de listón de compromisos improvisados; necesita políticas públicas culturales reales —con presupuesto, con planeación, con evaluación y con participación ciudadana efectiva—. Necesita dejar de reproducir prácticas de reparto y adoptar procedimientos que incentiven la creación, la circulación y la profesionalización de los agentes culturales locales.
Si la vida cultural y artística de Puerto Vallarta se concibe entre lo universitario y lo institucional, que al menos exista un puente honesto entre ambos polos —que no sea puente de amigos, sino de mercado, formación y oportunidades para todos. No más “contentillos”. No más premios que apestan a dedazo. No más florilegios para quienes, en los hechos, nunca presentaron proyecto ni plan.
Termino con una advertencia afectuosa: este paraíso turístico está poblado de demonios administrativos que se alimentan del desinterés y la improvisación. El remedio no es echarles flores ni permitir que las instituciones se conviertan en escenarios para clientelas. Es dar certidumbre a la cultura, que es el patrimonio más vivo que tenemos. Si el alcalde y su equipo quieren dejar una huella positiva, que convoquen, escuchen y actúen con rigor. El tiempo no está para más experimentos.
— Francisco Sanmiguel
Artista plástico, promotor, gestor cultural y crítico activo de la escena local.