Cuando uno piensa en magia, podría imaginar a un ilusionista sacando un conejo de un sombrero, pero en Puerto Vallarta, la magia de Luis Munguía y su equipo se manifiesta en un espectáculo de números que no tienen comparación: más dinero, más deuda, y lo que es aún más desconcertante, más despilfarro disfrazado de ahorros.

Para empezar, el presupuesto de 2025 es un récord, 2,658 millones de pesos, que sobrepasa por mucho los 2,308 millones del año anterior. ¿Avances? Pues más bien retrocesos presentados como renacimiento.

Entre las perlas de este tesoro se encuentra la famosa Rosca de Reyes que costó a los vallartenses la friolera de 1,562,916 pesos, ¿el coste de preservar la tradición o de llenar bolsillos amigos?

Con un precio de 1,562.97 pesos por metro lineal, esta rosca debe de haber sido horneada en oro, aunque nadie ha visto las migajas de ese metal.

Y no termina ahí, los drones que danzaron sobre el malecón por apenas un suspiro, 15 minutos, se llevaron más de un millón de pesos del erario.

Con un coste estimado en el mercado de entre 200 mil a 250 mil pesos por un espectáculo de 40 minutos, ¿cómo se justifica tal inflación? Parece que en Vallarta, además de los fuegos artificiales, también hacen explotar el presupuesto.

El contrato de la basura a 15 años y que suma 16 millones mensuales, es otro acto de este circo financiero. Se nos prometió un mejor servicio, pero lo que se recoge parece ser solo más deuda y montañas de residuos que perduran como monumentos a la ineficacia.

Y para cerrar con broche de oro, la reingeniería administrativa, que debería ser sinónimo de eficiencia, se traduce en la creación de nuevas gerencias y direcciones a un coste de 14 millones de pesos.

Se prometió ahorro, pero se multiplican los cargos y los despachos, un claro ejemplo de cómo hacer más con menos… menos para la ciudad y más para los currículos de unos cuantos.

Además, el nuevo impuesto voluntario a turistas extranjeros, otro conejo sacado del sombrero de Munguía, supuestamente añadirá 250 millones de pesos al tesoro municipal. Sin embargo, uno no puede evitar preguntarse si estos ingresos realmente se verán reflejados en mejoras tangibles para la ciudad o simplemente se evaporarán en el aire cálido de la bahía.

Aunque la idea de cobrar a los visitantes suena ingeniosa, la implementación plantea preguntas sobre su eficacia y la voluntad real de los turistas de contribuir a una caja que parece tener más salidas que entradas.

Y para redondear el acto, 2025 trae consigo una deuda adicional que ha alarmado a propios y extraños. Con un nuevo préstamo de 144.4 millones de pesos, pagadero a 10 años y destinado a obras de agua y saneamiento, el panorama financiero de Vallarta se complica aún más.

Si bien las infraestructuras necesitan inversión, la tendencia al endeudamiento masivo y continuo suscita dudas sobre la sostenibilidad a largo plazo de las finanzas municipales y qué tan beneficioso es seguir acumulando cuentas por pagar en el futuro de una ciudad ya cargada de compromisos económicos.

En este escenario de despropósitos, Luis Munguía se erige como un mago cuyos trucos, lejos de entretener, solamente parecen desvanecer el dinero público en una cortina de humo de proyectos cuestionables y resultados evanescentes. Vallarta merece una gestión que trate su patrimonio con respeto, no como el escenario de una gala de ilusionismo fiscal.