
Si el tucán hablara, ya tendría fuero. En Puerto Vallarta no se mueve una hoja —ni se siembra un árbol— sin que el ave símbolo del Partido Verde Ecologista de México extienda sus alas sobre la vida pública. Ya no sabemos si estamos en un municipio constitucional o en una franquicia de zoológico con branding partidista.
Desde que Luis Munguía tomó las riendas del Ayuntamiento, el tucán no ha dejado de piar. Está en la señalética, en las bardas de obra pública, en las lonas de programas sociales, en los uniformes de brigadas municipales y —claro— en las políticas públicas, rebautizadas con nombres dignos de una caricatura.
¿Ejemplos? Dr. Tucán para servicios de salud y Parques Tukilandia para espacios públicos, que dicho sea de paso, se deterioran más rápido que la reputación de un político en campaña.
Pero lo que ya raya en el descaro fue el más reciente evento de reforestación organizado por el Partido Verde, con el gabinete municipal alineado —y uniformado— en el mismo verde institucional que usan en sus comunicados de gobierno. Como si no existieran leyes, reglamentos o al menos, algo de pudor.
Ahí estaban, desde gerentes y directores hasta regidores, plantando arbolitos con la misma sonrisa ensayada con la que te dicen que todo va bien, aunque el drenaje se desborde y el agua potable brille por su ausencia.
¿No hay nadie en Contraloría que les recuerde el Artículo 7 del Reglamento de Imagen Visual del Municipio? Ese que prohíbe claramente el uso de símbolos partidistas, como el tucán, en la comunicación institucional. O peor aún, ¿nadie ha leído la Ley General de Comunicación Social, que impide el uso de imágenes o elementos gráficos que impliquen propaganda política desde el poder?
Parece que en Vallarta, el tucán no solo vuela, también gobierna. Ya no es casualidad, es consigna. Ya no es estilo, es simulación. Y mientras tanto, la ciudadanía —la que no vive del erario ni se viste de verde por obligación— observa cómo se difumina la delgada línea entre gobierno y partido.
Porque si el poder se ejerce con símbolos de partido, entonces ya no es poder público, es botín político. Y Vallarta no es propiedad del tucán.