
Por Alan Yamil Hinojosa
Viajar por Michoacán es como abrir un libro donde cada página está escrita con manos artesanas y perfumada con el aroma de su tierra. Hoy quiero compartirles tres paradas que marcaron mis sentidos: Santa Clara del Cobre, Capula y Pátzcuaro.

Santa Clara del Cobre: Donde el cobre canta al golpe del martillo
Visitar Santa Clara del Cobre es sumergirse en un concierto de martillazos que transforman metal en arte. Desde pequeños caballitos tequileros hasta majestuosas tinas y charolas, cada pieza tiene alma propia, forjada por familias que han transmitido este oficio por generaciones.
Mientras caminaba por sus calles, admirando fachadas que mezclan lo neoclásico, barroco y plateresco, no podía dejar de pensar en la conexión histórica del pueblo: un hermano de Miguel Hidalgo fue párroco aquí, y el propio Padre de la Patria era Sacristán Honorario.
El toque humano hizo mi visita aún más especial: agradezco profundamente a la presidenta municipal María Dayana Pérez Mendoza por recibirme en la Casa de las Artesanías y Oficios, y a Silvestre Vargas, director de turismo, por su hospitalidad. También fui testigo de un momento mágico con un actor local Cesar Urincho que interpretó, solo para nosotros, una versión corta del monólogo inspirado en La vida inútil de Pito Pérez. Fue un viaje íntimo por la memoria cultural del lugar.
Y claro, probé su famosa torta de tostada… una experiencia crujiente y deliciosa que solo Santa Clara sabe ofrecer.

Capula: La cuna de las catrinas de barrí
Si Santa Clara vibra con el cobre, Capula lo hace con la arcilla. Este colorido pueblo es el hogar de las icónicas catrinas de barro, pero también de vajillas, jarrones y loza punteada que parecen sacados de un museo. La tradición del “capulineado”, que aprendí aquí, es un arte minucioso que puede tomar hasta un día para completarse.
Caminando entre talleres pintados de colores vivos, descubrí que Capula es el único lugar en Michoacán con Denominación de Origen para tres tipos de artesanía de barro: alfarería punteada, catrinas y loza tradicional.
La herencia de Vasco de Quiroga sigue viva en cada pieza, y mientras sostenía una catrina recién pintada, entendí por qué estas creaciones han conquistado el mundo.

Pátzcuaro: La puerta del cielo
Pátzcuaro es más que un Pueblo Mágico; es un alma viva que combina historia purépecha y encanto colonial. Fundada en el siglo XIV, su traza urbana conserva el espíritu indígena, y caminar por sus calles empedradas es un salto en el tiempo.
La Plaza Vasco de Quiroga, una de las más grandes y hermosas de México, es el corazón donde convergen mercados, artesanos y la sombra fresca de sus árboles centenarios.
Pero si hay una fecha que transforma Pátzcuaro en un lugar sagrado, es la Noche de Ánimas. Aquí, el Día de Muertos se vive con una intensidad que no se explica, se siente: flores, velas, cantos y el murmullo de las almas que, según la tradición, vuelven a casa.
Michoacán no es solo un estado; es un taller gigante donde el cobre, la arcilla y el alma se entrelazan para contar la historia de México. Y yo, como viajero, me siento afortunado de haber sido testigo y partícipe de esa narrativa que late en cada pueblo y en cada mano que crea.
Estoy seguro que pronto regresaré Michoacan para conocer más del Alma de México.
